Fuente: Diario Libre
Los activos más valiosos del inventario verde todavía permanecen intactos. Se trata de tres grandes ríos: Ozama, Isabela y Haina, más media docena de segunda categoría: Yabacao, Tosa, Cabón, Dajao, Yuca e Higüero, más decenas de arroyos, cañadas, lagunas, caños, cenotes e innumerables manantiales.
Hace 14 años que un grupo de urbanistas, ecologistas, catedráticos, arquitectos, ingenieros, sociólogos, politólogos y personalidades del mundo político vieron coronados sus sueños de ver la capital dominicana rodeada de un entorno verde y como candidata a ser "La Capital Ecológica de América".
Fue el 24 de junio de 1993 cuando el Poder Ejecutivo emitió el Decreto No. 183 – 93 que crea el "Cinturón Verde de Santo Domingo", con tres propósitos primarios:
1. Brindarle una adecuada protección a los ríos, arroyos y las múltiples fuentes de agua existentes en el entorno citadino y todo el ámbito territorial del Gran Santo Domingo.
2. Contener el crecimiento horizontal de la capital dominicana, definiendo el Centro de la Periferia a través de una transición suave o que no implicara una ruptura violenta entre lo urbano y lo suburbano.
3. Resguardar espacios que funcionen como pulmones verdes o reservas ecológicas, para sanear el ambiente, satisfacer la demanda de áreas recreativas y garantizar otros servicios públicos que demanda toda ciudad en crecimiento.
Este inmenso patrimonio verde, que en un principio cubría una superficie aproximada de 154 kilómetros cuadrados, hoy está languideciendo y perdiendo, paulatinamente, su capacidad para cumplir con las funciones para las cuales fue creado.
Aunque todavía se conserva en buen estado, los bosques de galería de los principales cursos de agua, decenas de lagunas, manglares a 17 kilómetros de la costa, caños, farallones, plataformas marinas, cavernas, manantiales y múltiples manifestaciones históricas y culturales; son tantas las presiones que está recibiendo este pulmón de la capital, que en muy poco tiempo puede desaparecer definitivamente.
Los padres de familia, dirigidos por los cazadores de espacios públicos para hacer negocios particulares, los promotores inmobiliarios y hasta el propio Estado dominicano se han encargado de arruinar todo lo que le queda de naturaleza real a esta urbe capitalina.
Del año 2000 hasta el presente, el Cinturón Verde ha sufrido un deterioro tan acentuado que prácticamente ha perdido la mitad de su espacio protegido originalmente. Sin embargo, desde su creación, la capital dominicana ha crecido en más de un millón de habitantes y no se ha creado ningún área verde de consideración fuera de su ámbito territorial.
Paradójicamente, la capital dominicana y el cinturón verde están desarrollando características inversamente proporcionales; pues mientras la primera crece horizontal y verticalmente, demandando cada vez más espacios verdes, en calidad y variedad, el segundo languidece en medio de la timidez oficial y una ciudadanía más comprometida con los asuntos políticos y económicos que con su calidad de vida.
Lamentablemente el cinturón verde ha perdido principalía entre las urgencias urbanas y jamás gozará de un apoyo político real, pues en todos los períodos eleccionarios que han discurrido desde su creación, ha sido víctima del clientelismo y la urgencia del voto.
Sin embargo, se ha llegado a un punto en que es necesario actuar y dejar de ser observadores pasivos del drama que a todos nos inculpa. El cinturón verde es el único vínculo de interconexión natural que tienen los distintos municipios y asentamientos humanos que componen el Gran Santo Domingo y la mejor garantía para la preservación del agua que baña y abastece a estos conglomerados humanos: Distrito Nacional, Santo Domingo Oeste, Bajos de Haina, Los Alcarrizos, Santo Domingo Norte, Guerra y Santo Domingo Este.
Es urgente, cardinal y necesario que en el menor tiempo posible, todas las instancias oficiales, organizaciones civiles y las comunidades periféricas, emprendan acciones coordinadas y efectivas en defensa del Cinturón Verde. Sobre todo, hace falta voluntad política y reforzar la base legal que lo crea.
Todavía estamos a tiempo para salvaguardar las muestras más originales de la naturaleza tropical que le brindó albergue a nuestros aborígenes y que acogió a los colonizadores. Estamos a tiempo para salvar el Ozama y lo que queda del Isabela y el Haina.
¡Agua, por Dios, es agua! Tenemos que salvar el Cachón de la Rubia, los Manantiales del Norte, las lagunas, los manglares, los humedales y las ceibas siete u ocho veces centenarias que conforman los bosques de galería del Isabela y el Ozama.
Para que el sueño no se torne en pesadilla, todos tenemos que actuar contra esta vorágine que azota el Cinturón Verde y yo estoy encabezando la fila de los guardianes.